En un marco de creciente tensión política, la irrupción y actuación de grupos armados asociados a sectores del oficialismo ha levantado preocupaciones sobre el debilitamiento del Estado de derecho en Honduras. Con la aparente impunidad con que estos colectivos actúan, la falta de una respuesta institucional definida ha generado denuncias de juristas y figuras políticas que alertan sobre una potencial configuración de “terrorismo de Estado”.
Prohibición constitucional y vacío de autoridad
La Constitución de Honduras junto con la Ley Constitutiva de las Fuerzas Armadas determinan de manera clara que únicamente el Ejército está autorizado a estructurarse como una fuerza armada legítima. El artículo 272 de la Constitución prohíbe de manera explícita cualquier forma de milicia popular o grupo armado paralelo, al considerarlos una amenaza directa para el orden y la soberanía del país.
A pesar de este contexto jurídico, grupos alineados con el partido gobernante han aumentado su actividad en diversas áreas del país. De acuerdo con acusaciones divulgadas, dichos colectivos han lanzado amenazas y cometido actos coercitivos sin que las autoridades correspondientes hayan actuado de forma decisiva. Este suceso ha sido visto por diversas partes como un reto a las instituciones y una inquietante muestra de tolerancia estatal hacia estructuras ilícitas.
Denuncias de permisividad y control social
Diversos juristas y voces de oposición política han advertido que la inacción gubernamental ante estos colectivos puede constituir una forma encubierta de represión política. A su juicio, permitir o tolerar la actuación de grupos armados no reconocidos por la ley especialmente cuando actúan como agentes de intimidación o disuasión contra voces disidentes se aproxima peligrosamente a lo que el derecho internacional reconoce como “terrorismo de Estado”.
Este término describe el uso sistemático de la violencia o intimidación por parte del Estado o bajo su amparo con el fin de controlar a la población civil, reprimir la disidencia y asegurar el poder político. En ese sentido, la omisión estatal frente a amenazas armadas por parte de actores no estatales pero vinculados al oficialismo podría tener implicaciones profundas para la legitimidad democrática del gobierno.
Contexto electoral y riesgos para la democracia
La discusión sobre estos grupos surge en un período especialmente sensible: la nación avanza hacia una nueva elección en un contexto de creciente división y falta de confianza en las instituciones. La existencia de fuerzas armadas al margen de la ley introduce un elemento de incertidumbre y miedo, afectando no solo a los electores, sino también a los actores políticos y sociales, quienes podrían ver restringida su participación debido a condiciones inseguras.
Organizaciones de derechos humanos han manifestado su preocupación ante lo que consideran una creciente erosión de garantías fundamentales. A ello se suma el riesgo de que el uso de colectivos armados como fuerza de choque altere el equilibrio político y condicione la libre expresión del sufragio y la participación ciudadana.
Un llamado a la obligación institucional
La expansión de colectivos armados sin control legal, sumada al silencio de las autoridades encargadas de garantizar la seguridad y el cumplimiento del marco constitucional, plantea serios cuestionamientos sobre el rumbo institucional del país. A medida que se intensifican las tensiones políticas y sociales, la falta de una postura firme por parte del Estado podría profundizar la percepción de impunidad y alimentar una espiral de desconfianza que socave aún más la estabilidad democrática.
Honduras enfrenta el reto de reafirmar su compromiso con el Estado de derecho y la legalidad, en un momento en que la ciudadanía exige transparencia, justicia y garantías efectivas para la participación política sin temor ni coerción. El desenlace de este conflicto marcará el tono de la coyuntura nacional en los próximos meses y pondrá a prueba la solidez de las instituciones democráticas del país.